Militemos como amamos: la necesidad del amor en la política
Publicado en Demonio Feliz Nro 4
Es evidente en nuestros días que un creciente desinterés por hacer política se ha instalado entre nosotros. A pesar de que la política influye de manera determinante en nuestras vidas, la gran mayoría de peruanos, especialmente los más jóvenes, no ve la militancia como una actividad a la que puedan dedicarse a largo plazo. La política está muy desprestigiada en el Perú y ya no moviliza, ya no une, ha perdido mística. Muchos peruanos están convencidos de que la corrupción y la indecencia son inherentes a la actividad política y que si uno quiere conservar su integridad no hay más remedio que abstenerse de participar. Esto ha traído consigo, a su vez, una tolerancia cada vez más fuerte ante la injusticia. La gente tiene la percepción de que no puede cambiar las cosas, que cualquier esfuerzo es en vano. Así, muchos viven instalados en una posición cínica desde la cual han aprendido a desentenderse de los problemas de los demás sin sentir indignación, y a poner sus intereses personales por encima de los de la colectividad.
Sin embargo, hay algo por lo que peruanos sentimos todavía verdadera pasión, algo que nos saca de nuestro egoísmo y nos proyecta hacia afuera, hacia los demás; algo por lo que somos capaces de arriesgar el bienestar personal: el amor. Tal como señala Alain Badiou, el amor es una verdad que, como toda verdad, es capaz de movilizar a las personas más allá de la fría racionalidad, del individualismo y del egoísmo que normalmente controlan nuestras acciones. El individualismo se quiebra en la persona que ama porque el amor pone ante sus ojos la posibilidad –hasta ese momento insospechada– de vivir por algo más que por uno mismo. En el amor, experimentamos el mundo fuera de nosotros mismos y nos conectamos con el otro, de manera gratuita y muchas veces sacrificando el interés propio; implica asumir la diferencia entre yo y el otro, vivirla plenamente y hacerla creadora.
En este sentido, hay muchas similitudes entre el amor y el verdadero compromiso político. Ambos implican una fidelidad y la capacidad de atravesar la individualidad para relacionarse con los demás: con el ser amado, en el caso del amor, y con la comunidad, en el caso de la política. Parece que hemos perdido de vista que la política es también una verdad tan poderosa como el amor. Pero si sabemos amar apasionadamente, si somos capaces de vivir plenamente esa experiencia, ¿por qué no podríamos devolverle a la política la mística y empezar a vivirla con la misma fidelidad y con la misma fuerza con las que amamos? Al fin y al cabo, tal como dice Badiou en su Elogio del amor, el amor y la política son “como dos instrumentos de música completamente distintos en su timbre y en su fuerza, pero que, convocados por un gran músico en el mismo fragmento, convergen misteriosamente”.